domingo, 23 de diciembre de 2018

LA ESTRELLA


Stardust es un film con un guión plano, lineal, predecible, nada novedoso, mágico de forma diferente a la habitual, mitológico y con unas cuantas caras conocidas. La introducción te presenta a Dunstan Thorn (Ben Barnes) de joven, de manera tan directa, sincera y concisa, que ves su comportamiento habitual, carácter, mentalidad, personalidad y estilo de vida, tiendes a anticiparte a sus movimientos. Al mismo tiempo, con una voz en off al principio que explica la historia, te deja bien claro, que clase de película va a ser y cuál será su género principal. La primera parte del guión, es absolutamente insustancial; no sientes nada, ni empatizas del todo con los personajes. Le falta potencia, para que la historia que te están narrando cale en el espectador. Los nombres de algunos personajes, son tan ridículos y absurdos, que te ríes por dentro, de los malos que son y lo penosos que pueden llegar a ser, por el chiste malo que hacen. Tiene los típicos y habituales personas de los films sobre mundos mágicos: piratas, reyes, príncipes, tres brujas malvadas que descubres que son hermanas y una de ellas es la peor de todas, un joven inocente que sufre una radical transformación y aprende una valiosa lección y va en busca de algo de su pasado y dos personajes engreídos, maleducados, egoístas y vanidosos. El motivo por el cual Tristan Thorn (Charlie Cox) cruza el muro son dos, pero por los diálogos es uno solo; constantemente va alternando entre ambos y en ningún momento queda claro cuál es en realidad; aunque sea evidente que quiere ambos, llegando a marear inconscientemente. Además, posee un fallo que no se justifica en ningún momento: el sacerdote mure envenenado al beber de la copa, pero en cambio en cierre del relato, está vivo y perfectamente. Este guión no aporta nada de nuevo técnica, histórica y artísticamente. Todo y cada una de las cosas que aparecen, ya se han visto cientos de veces en otras películas. Mediante el flashback, te explica partes de la historia que necesitas saber, para entender un proceso. Tiene momentos demasiado previsibles. Cuando el relato está cerca de acabar, se pone un poco más interesante y emocionante. Como era de esperar y demasiado predecible, el misterio de la princesa secuestrada, se revela y te dice lo que ya sabías. Tiene un final feliz, romántico, reconciliador, poético, familiar y previsible a más no poder.

Hay un pequeño detalle, que si no te fijas bien, prestas la suficiente atención y miras en el lugar correcto, no lo verás y lo pasarás completamente por alto: la secuencia en la que Tristan Thorn, se enfrenta a Lamia (Michelle Pfeiffer) para proteger a Yvaine (Claire Danes), y el unicornio embiste a la cabra convertida en humano contra la pared, y se convierte en cabra de nuevo al chocar contra ella: se nota demasiado que es un muñeco (que es una cabra falsa); y esto es algo que no debería ocurrir, porque te saca bruscamente de la historia que te están contando, de una manera muy drástica.

El film te transmite el mensaje de que las casualidades no existen: todo ocurre por una misteriosa, curiosa, extraña y desconocida razón en particular. El Kharma es tan real como el aire que respiramos: recoges lo que siembras; el Kharma castiga y el Dharma recompensa. Junto a nuestro mundo, hay uno mágico (más conocido como el mundo espiritual), lleno de la auténtica magia, criaturas que parecen sacadas de un cuento de fantasía, pero no es así; y cosas alucinantemente espectaculares. El optimismo, solamente te hace ver el lado bueno de las cosas. Algunas personas no se dan ni cuenta cuando están siendo utilizados/as por otras. En todas las familias, existe la rivalidad, y que dos o varios miembros de la familia, no se lleven bien. Bastan unas pocas palabras, para desmontar algo sin fundamento. Hay experiencias que cambian las vidas de las personas y las hace evolucionar. Puedes conocer a tu media naranja, en el momento, lugar y forma más inesperada.

Matthew Vaughn utiliza el primerísimo primer plano, para materializar una rivalidad obvia y visible; pero posiblemente de manera involuntaria, se ha copiado de El bueno, el feo y el malo (Sergio Leone, 1966).





                                                                  Nacho Miret




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