LA ESTRELLA
Stardust
es un film con un guión plano, lineal, predecible, nada novedoso, mágico de
forma diferente a la habitual, mitológico y con unas cuantas caras conocidas. La
introducción te presenta a Dunstan Thorn (Ben Barnes) de joven, de manera tan
directa, sincera y concisa, que ves su comportamiento habitual, carácter,
mentalidad, personalidad y estilo de vida, tiendes a anticiparte a sus
movimientos. Al mismo tiempo, con una voz en off al principio que explica la historia,
te deja bien claro, que clase de película va a ser y cuál será su género
principal. La primera parte del guión, es absolutamente insustancial; no
sientes nada, ni empatizas del todo con los personajes. Le falta potencia, para
que la historia que te están narrando cale en el espectador. Los nombres de
algunos personajes, son tan ridículos y absurdos, que te ríes por dentro, de
los malos que son y lo penosos que pueden llegar a ser, por el chiste malo que
hacen. Tiene los típicos y habituales personas de los films sobre mundos
mágicos: piratas, reyes, príncipes, tres brujas malvadas que descubres que son
hermanas y una de ellas es la peor de todas, un joven inocente que sufre una
radical transformación y aprende una valiosa lección y va en busca de algo de
su pasado y dos personajes engreídos, maleducados, egoístas y vanidosos. El
motivo por el cual Tristan Thorn (Charlie Cox) cruza el muro son dos, pero por
los diálogos es uno solo; constantemente va alternando entre ambos y en ningún
momento queda claro cuál es en realidad; aunque sea evidente que quiere ambos,
llegando a marear inconscientemente. Además, posee un fallo que no se justifica
en ningún momento: el sacerdote mure envenenado al beber de la copa, pero en
cambio en cierre del relato, está vivo y perfectamente. Este guión no aporta
nada de nuevo técnica, histórica y artísticamente. Todo y cada una de las cosas
que aparecen, ya se han visto cientos de veces en otras películas. Mediante el
flashback, te explica partes de la historia que necesitas saber, para entender
un proceso. Tiene momentos demasiado previsibles. Cuando el relato está cerca
de acabar, se pone un poco más interesante y emocionante. Como era de esperar y
demasiado predecible, el misterio de la princesa secuestrada, se revela y te
dice lo que ya sabías. Tiene un final feliz, romántico, reconciliador, poético,
familiar y previsible a más no poder.
Hay un pequeño detalle,
que si no te fijas bien, prestas la suficiente atención y miras en el lugar
correcto, no lo verás y lo pasarás completamente por alto: la secuencia en la
que Tristan Thorn, se enfrenta a Lamia (Michelle Pfeiffer) para proteger a
Yvaine (Claire Danes), y el unicornio embiste a la cabra convertida en humano
contra la pared, y se convierte en cabra de nuevo al chocar contra ella: se
nota demasiado que es un muñeco (que es una cabra falsa); y esto es algo que no
debería ocurrir, porque te saca bruscamente de la historia que te están
contando, de una manera muy drástica.
El film te transmite el
mensaje de que las casualidades no existen: todo ocurre por una misteriosa,
curiosa, extraña y desconocida razón en particular. El Kharma es tan real como
el aire que respiramos: recoges lo que siembras; el Kharma castiga y el Dharma
recompensa. Junto a nuestro mundo, hay uno mágico (más conocido como el mundo
espiritual), lleno de la auténtica magia, criaturas que parecen sacadas de un
cuento de fantasía, pero no es así; y cosas alucinantemente espectaculares. El
optimismo, solamente te hace ver el lado bueno de las cosas. Algunas personas
no se dan ni cuenta cuando están siendo utilizados/as por otras. En todas las
familias, existe la rivalidad, y que dos o varios miembros de la familia, no se
lleven bien. Bastan unas pocas palabras, para desmontar algo sin fundamento.
Hay experiencias que cambian las vidas de las personas y las hace evolucionar. Puedes
conocer a tu media naranja, en el momento, lugar y forma más inesperada.
Matthew Vaughn utiliza el primerísimo primer plano, para materializar
una rivalidad obvia y visible; pero posiblemente de manera involuntaria, se ha
copiado de El bueno, el feo y el malo (Sergio
Leone, 1966).
Nacho Miret
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